"En "ediciones anteriores" vas a poder encontrar más historias. Estan escritas con mucho amor. Gracias por leerlas...mejor dicho, leanlas! necesito el laburo." Ricardo Veiga
Ricardo Veiga es humorista, escritor, conductor y productor de programas de radio, entre ellos "Instantáneas". Guionista entre otros del humorista Carlos Perciavalle, es fundamentalmente un pensador de realidades urbanas y narrador de historias comunes.Imposible no haberse emocionado alguna vez con sus historias.Desde la página 2, Ricky se convirtió en un clásico, es uno de los motivos de porque... Semanario Argentino, te gusta más...
Publicado el 31 de Marzo de 2008 - Edición No. 285 Los amantes de Paco El chorro de agua va mojando
las baldosas. Son
las cinco y media de la
mañana y la manguera
se mueve libre por toda
la vereda de esa calle
del Once.
En un par de horas, en cuanto la ciudad
despierte, le sería imposible. Por eso
ahora, como en el juego de cuando éramos pibes, ella es “el patrón de la
vereda”,y su chorro de agua puede moverse sin pensar en el peligro de mojar a alguien. Ahora la manguera cae al piso para tomarse un respiro y darle paso a su compañera de trabajo que, apoyada contra la pared, esperaba su turno para hacer lo suyo, barrer. Doña escoba, su inseparable compañera de cada amanecer, ya abandonó la pared y está barriendo los restos de tierra y agua que quedaron sobre las baldosas. A un costado de sus cientos de patitas de paja están las otras patas, son dos, y están metidas dentro de unas botas de goma marca “Pampero”. Sin esas patas, tanto ella como su compañera la manguera, no podrían hacer nada. Sin ellas, y sin esas dos cosas que, siguiendo más arriba por el cuerpomango uno puede ver, la manejan con presteza, las manos. Las manos y las patas, unidas por los brazos y las piernas-vías, nos conducen hasta el cuerpo-estación sobre el que descansa el comando central de operaciones que, en este momento, es saludado por un tipo que acaba de saltar a la calle para no ser salpicado. Al hacerlo, saluda al comando con otro nombre, uno que remite a otras cosas diferentes de esa “máquina de limpiar”, esas cosas lo vinculan a los avatares que compartió y comparte desde que puso la tienda de ropa lindera al edificio con el dueño de esas manos y esas patas, y al que saluda con un sonriente “buen día Paco”. Paco detiene los movimientos de su escoba, levanta la cabeza y devuelve el saludo con un “buen día Mauricio” cargado de afecto. Paco es el portero de ese edificio del barrio del Once en que funcionan oficinas, viviendas, y la agencia de fletes donde trabaja Martín. Martín estaba tirado en el piso arreglando su camionetita “Fiorino” y, en cuanto me vio camino a la carnicería, se paró y viene a saludarme. Tiene 30 años y es un “pollo” al que conozco de “purrete”. Mientras camina hacia mi, me adelanta una de sus sonrisas. El mocoso tuvo siempre esa sonrisa pícara, compradora, capaz de arrancar a esa rubia natural y preciosa del departamento de Av. De Mayo donde nació y creció, para traerla a vivir a Gerli. Cuando llega a mí, me da un beso y un abrazo- tratando de no mancharme con sus manos engrasadas – y nos perdemos en la charla. Mientras lo hacemos, me llama la atención la inscripción que tiene, la camiseta de fútbol que lleva puesta: “Los amantes de Paco”. ¿Y eso?- le pregunto. Martín mira su pecho, y sonríe sorprendido “ah, es el sponsor de nuestro equipo”. Martín sale del departamento donde funciona la agencia de fletes y se dirige a la portería: con los muchachos se anotaron en un campeonato de papi fútbol y necesita un nombre para el equipo, quién mejor que Paco para eso? Paco sonríe contento, el que los pibes de la agencia consideren que él es un tipo ocurrente, lo llena de orgullo. En los días siguientes “Los halcones del Once”, “Los dragones del asfalto”, o “Las saetas de Plaza Miserere”, serán alguno de los nombres que Paco irá arrimando. Ninguno conforma, “Paco se quedo en los ‘50” “qué querés si tiene casi 70”, dicen los muchachos ante cada nueva idea. De repente a Martín se le ocurre un nombre, se lo tira a la barra y, después de ser aprobado, se va corriendo a verlo a Paco. Cuando el portero escucha “Los amantes de Paco” pone el grito en el cielo, amenaza con una reunión de consorcio y conque el dueño de la agencia los eche a todos. Está lleno de bronca y amargura, no se merece que le hagan eso: Paco es homosexual. Mientras Martín le explica que no es por eso, que es porque todos lo quieren, y no solo ellos ni los del edificio, todos, los comerciantes de la cuadra, los empleados, todos, la cara de Paco va cambiando y una idea se le aparece: él mismo, de su bolsillo, comprará, y hará imprimir las camisetas. Cuando “Los amantes de Paco” jugaron el primer partido del campeonato, el referí tuvo que conceder algo inusual para esos eventos: pitar dos veces el comienzo. Tras la primera pitada del silbato, el pie de Paco, acostumbrado a las botas de goma y calzado ahora con unas “Adidas” de segunda selección que le compraron los muchachos, dio simbólicamente el puntapié inicial. Después del partido, y de todos los encuentros que disputaron “Los amantes de Paco” hasta salir campeones, él ocupó la punta de la larga mesa de la pizzería. Desde allí, como un “Macaya” sin “Araujo”, daba la puntuación de cada uno de los jugadores de su equipo y, por sobre todo, gozaba de lo que las camisetas rezaban, el amor de su gente. ¿Y Paco?- le pregunto a Martín. -Paco murió. – ¿Y el equipo? –El equipo se desarmó, un par de veces intentamos volver, pero no era lo mismo: faltaba Paco- me cuenta Martín con una sonrisa cargada de afecto. El tipo acaba de saltar a la calle para no ser salpicado. Al hacerlo, saluda a la “máquina de limpiar” con un “buen día” de compromiso. Desde que no está Paco, la cuadra cambió.
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